¿Qué nos ocurre cuándo no tenemos una experiencia clara de la solidez de nuestros huesos?
Sin la solidez de nuestro esqueleto no podríamos separarnos del suelo. Nuestro movimiento y existencia sería como el de una medusa, por ejemplo.
O sin ir más lejos, aun con muchos años, seguiríamos moviéndonos como cuando éramos bebés. En esa etapa en la que aun no hemos descubierto que podíamos empujar para tomar distancia del suelo o de los otros.
Si nuestra experiencia de empuje se ve anulada o debilitada seguiremos nuestro impulso de avance hacia la postura erguida, pero nos faltará un recurso: la solidez del hueso. No porque no la tengamos, sino porque no sabemos que la tenemos y, por tanto, no la usamos. Para suplir este recurso, la fuerza que encontramos en los huesos, usaremos otros: habitualmente la potencia del músculo.
¿Cómo es posible que nuestra experiencia de empuje haya quedado anulada o limitada?
Una situación más habitual de lo que desearíamos es la de haber sido ayudados a caminar. La clásica imagen de un adulto tirando de las manos de un bebé hacia arriba para que el bebé realice el movimiento de marcha. O el bebé sentado en el caminador. En ambos casos el bebé no usa el empuje hacia el suelo para impulsarse en su paso. No le hace falta entrar en contacto con la fuerza que le proporcionan, ya está sostenido desde sus manos o por las nalgas, en el caminador. Si nos fijamos, el bebé en estos casos suele caminar de puntillas o como «pisando huevos». Por tanto, no tiene la oportunidad de experimentar la presencia de sus huesos.
Otro factor que puede alentarnos a abandonar nuestra fuerza es que nuestro entorno rechace nuestra necesidad de separación. Por ejemplo, cuando en la primera infancia o la adolescencia, la familia se enfada o entristece cuando el chico muestra su intención de alejarse, hasta el punto de limitar su movimiento.
Y… por qué tendría que ser un problema suplir la fuerza de los huesos por la potencia muscular
Si hemos trabajado en equipo o en una empresa, nos será fácil recordar qué nos ha sucedido en algún momento en el que un compañero ha estado de baja o ha dejado de hacer su trabajo. Cuándo en un grupo alguien deja de hacer su trabajo, y queremos que el grupo siga funcionando como tal, otra persona tiene que asumir sus funciones. Y cuando asumes funciones para las que no estás especialmente preparado aumenta el esfuerzo, el estrés y el cansancio. Imagina esto durante años. Quizá lo has vivido.
Podemos decir que un músculo que tiene que asumir el 100% de la tarea de sostén del cuerpo porque el hueso no está presente, entra en un proceso de desgaste y agotamiento. El resultado es el deterioro paulatino.
En el momento en que la persona tiene una experiencia corporal de la solidez y la fortaleza de sus huesos, es habitual que empiece a sentir un progresivo relax de su musculatura. No significa que su musculatura se debilite. Al contrario, su musculatura entra en un proceso de recuperación que le devolverá la vitalidad, la potencia y funcionalidad perdidas.
La percepción es la vía
Nuestro organismo empezará a usar la solidez del hueso en la postura y el movimiento tan pronto como nuestro sistema nervioso la tenga como recurso. Es decir, cuando por experiencia sepamos que nuestros huesos están ahí. Cuando hayamos percibido su solidez y la relación de complicidad con el resto de tejidos.
La propuesta es recuperar la curiosidad. De ahí se abre el gusto por la percepción. Y para ello es necesitamos dar espacio a la duda. Quizá las ideas que tenemos sobre cómo funciona nuestro cuerpo no son necesariamente ciertas.
Tere Puig
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