Esta es la introducción que escribí para el libro que Jader Tolja y yo queríamos llamar Body Yoga. Seguimos escribiéndolo, pensándolo y sintiéndolo; porque sigue vivo y en evolución. Aun no podemos concluirlo. Pero lo haremos. Y mientras seguimos practicando, enseñando, aprendiendo, investigando.
Cuando escribí este texto hacía algo más de 20 años que practicaba yoga, ahora hace algo más de 30. Pero hoy volvería a escribir lo mismo.
Espero que lo disfrutes y me encantará saber de tu experiencia en la evolución de la práctica. Tanto si hace 30 años que practicas como si hace 3.
Ahí va…
Cómo el body thinking me ha inspirado para redescubrir el yoga
El yoga y yo mantenemos una relación desde hace algo más de 20 años. He pasado por muchas fases: desde el flechazo y la entrega total, a la duda, a la separación, al reencuentro, … para finalmente llegar a ese estado en el que uno ama serenamente, cuando disfrutas de lo que te gusta, aceptas lo que no te gusta tanto y piensas, con cierta resignación, que hay rincones que aun desconoces y que quizás no llegarás a conocer.
Justo ahí estaba hace siete años y no imaginaba que estaba a punto de entrar en escena algo que daría un vuelco a mi forma de entender, practicar y enseñar yoga, por tanto, a la concepción que hasta ese momento tenía del cuerpo, la mente, el alma y la relación entre ellos.
Esas cosas casuales
Un día de julio del 2007, Noe me trajo el café que habitualmente tomo a media mañana junto con una revista: el Cuerpo Mente de ese mes. «Hay un artículo sobre parto en agua que te gustará» – me dijo, ella sabe que estoy especializada en el yoga para el embarazo. Tenía un rato tranquilo, así que agradecí la posibilidad de una lectura agradable, abrí la revista al azar y apareció una entrevista que por su título me llamó la atención: ‘La inteligencia del cuerpo’. La empecé a leer con curiosidad y rápidamente pase del «Que interesante…» al «¡Sí!», «¡Exacto!», «¡Eso es!».
No se si habéis tenido alguna vez esta sensación: la de que alguien es capaz de poner las palabras justas a un cúmulo de sensaciones sin articular que llevas dentro desde hace años. Eso fue lo que me ocurrió y, de repente, me di cuenta de que mis dudas, intuiciones y certezas inexplicables podían tener una explicación.
Acababa de encontrarme con Jader Tolja y el body thinking, que es el estudio de cómo se revelan en nuestra mente y personalidad los cambios que suceden a nivel físico. Esta óptica, esta forma de entender el cuerpo, la mente, el alma, la cultura y sus relaciones, en definitiva esta forma de entender la vida, despertarían en mi la pasión que necesitaba para volver a sumergirme en la práctica del yoga con el entusiasmo de los inicios, pero con una nueva mirada y un nuevo conocimiento.
Las apariencias engañan
Hace unas semanas la profesora de dibujo de mi hija le dijo: «Ahora ya tienes un buen nivel técnico. Puedes quedarte aquí y seguir trabajando en esta línea, mucha gente lo hace y le va bien. O puedes investigar otros enfoques, si lo haces, tendrás la sensación de que empezarás a dibujar peor que antes, pero luego verás que en realidad estás evolucionando»
Esto último fue exactamente lo que me sucedió cuando descubrí la anatomía experiencial y empecé a integrarla. Mi forma de practicar yoga cambiaba y aparentemente no iba a mejor, los movimientos se volvían más lentos y muchas veces con recorridos menores o en direcciones distintas a las habituales.
Sin embargo la comprensión de lo que sucedía en mi cuerpo, en mí, era cada vez más precisa, más amplia, más profunda. El propio conocimiento, es decir, el yoga, evolucionaba
En cuanto a la percepción externa, puedo decir que observo como las personas que aplican los principios de la anatomía experiencial a su práctica, realizan unas asanas cada vez más armónicas, elegantes e integradas. Aunque no podría jurar que se ajustan a las posturas consideradas ideales, las siento en paz mientras practican. No miden el tiempo, ni buscan superar una marca, pasan el tiempo investigándose y, sobre todo, descubriéndose.
Tere Puig
En repetidas ocasiones he hecho yoga, el yoga que todas conocemos, nunca llegué e encontrarme cómoda: pasado unos días del comienzo, mi cuerpo se resistía y la esperada calma, armonía, fluidez…no llegaba. Con el yoga orgánico, sin embargo, sí he experimentado una sensación de descubrimiento y alivio que me complace y provoca las ganas de volver, una y otra vez. Creo que, tiene que ver con, precisamente, los movimientos pequeños y lentos y con ese acercarse al cuerpo escuchando su propio ritmo