«El sufrimiento, ya empiece en la piel o en una imagen mental, tiene lugar en la carne».

Antonio Damasio

Las situaciones limites son eventos que al romper con lo usual de la vida cotidiana, no podemos resolver con los recursos internos habituales con los que contábamos.

Así, como una situación límite, es como algunas de nosotras empezamos a vivir lo que generaron las medidas que se tomaron en el periodo de pandemia. Que al no poder modificarlas, tomaron forma de imposición que nos empujó en una dirección no planeada.

Y en este caso, la imposición fue física y tomó forma corpórea.

 

De una situación límite a otra

A día de hoy, las proyecciones internacionales sobre la continuidad de las condiciones pandémicas por algunos años más echan por tierra cualquier intento de romantizar este proceso al que algunos dieron en llamar ‘vuelta a la normalidad’.

La realidad se ha impuesto a la ilusión de estar saliendo de la pandemia y retomando nuestras vidas para continuar viviendo en una zona fronteriza entre el antes y el después. Casi una vida entre paréntesis.

Y en este marco, donde como un cliché se escucha repetidamente ‘lo único certero es el cambio’, nuestros cuerpos se retuercen. Bregando por adaptarse al mundo que desde afuera exige el ritmo y la velocidad de antes. Congelados, a la espera y confundidos por esta imposición de volver a lo que ya ni existe ni puede ser.

 

¿Cómo sobrevivir a la congelación y salir de ella?

Para transitar la espera y la confusión sin perder el equilibrio el intelecto genera múltiples escenarios y posibles soluciones. Cada solución que el pensamiento quiere imponer viene testeada, desechada, aceptada o refinada por el cuerpo, por los cuerpos, por la realidad que finalmente se impone.

El cuerpo, en la medida que percibe la experiencia de una forma más rica, amplia y profunda que el intelecto, se nos presenta como la roca a la que sostenernos en pleno huracán.

 

El proceso de resiliencia es como seguir un rastro de migas de pan en el cuerpo

En este contexto, resiliencia tiene el sentido de poder responder a lo que el presente nos está proponiendo sin obturar nuestro sentido critico ni de observación.

Significa de algún modo romper el encierro en las preocupaciones de la cotidianidad trastocada y absorbente para hacer espacio a pensar desde la experiencia con otros.

Se trata de ampliar las capacidades que necesitamos para responder y discernir qué tipo de respuesta necesitamos ya sea actuar, resistir o descansar.

El rastro de migas de pan implica este proceso: en medio de la confusión hay pistas que podemos seguir.  Y están en el cuerpo, donde se ha quedado albergada la experiencia vivida. La mirada interna es el recurso que necesitamos para ello y que todos podemos cultivar.

 

Que el intelecto no vea o comprenda la solución no significa que no exista

La información puede que esté encapsulada en nuestro cuerpo, pero está disponible y tiene claves de resiliencia.

Aunque el estado de situación actual es complejo y por momentos pueda parecernos inabordable, el cuerpo ha padecido la intensidad de estos tiempos y al mismo tiempo propone una salida.

Nos saca de preguntarnos sobre el porqué de los eventos y nos pone de frente al para qué y la dirección hacia la que van nuestras vidas. Por eso ponemos la mirada en nuestros cuerpos.

 

Lo que la mirada interna revela

A pesar del daño, de la constricción, de la congelación, mientras hay vida hay recurso para sostenerla. Y ese recurso palpita en el cuerpo.

Nuestra mirada interna es el reflector. Alumbramos el cuerpo en su integridad, a través del recorrido de yoga orgánico. La mirada interna crea movimiento, atenderla y gestionarla nos permite contemplar descubrir, al mismo tiempo, la herida y el remedio.

Los gestos corporales, subterráneos y superficiales, tienen la forma de un juego de zonas de luz y de sombra. Su forma se va componiendo mientras vamos cambiando la luz que ponemos sobre ellas.

Abordar nuestro cuerpo holísticamente nos brinda la estabilidad que necesitamos para atrevernos a mirar el gesto subterráneo. Al mirarlo se revela como un gesto más entre muchos y así pierde su habilidad inquietante.

Habremos dado el primer paso hacia la resiliencia. Esa mirada, al mover, libera. Circularmente. Liberar las memorias del bombardeo y los gestos subterráneos implica para que al, conectarnos con sensaciones de expansión, los gestos se muevan.

Movimiento y liberación marcan el camino hacia volver a sentirnos seguras en el cuerpo, en casa, donde se activan las cualidades resilientes.

 

Li Abel y Tere Puig