espíritu

Sin espíritu

La sociedad en la que vivo ridiculiza la existencia de los vínculos energéticos o espirituales. Creo que este es uno de los motivos por los que África me hace tanto bien.

Aquí, cuando se piensa en alguien y ese alguien aparece en la siguiente esquina, o te llama por teléfono, hace gracia. Y sí, puede ser gracioso, pero sobretodo es real.

Nuestra soberbia, ahí instalados en los sobrevalorados intelectos, va tan lejos que incluso cuando explicamos estas situaciones decimos que hemos pensado en alguien. Decir que has sentido a alquien tiene un riesgo añadido.

Así que, sin más, despreciamos nuestra capacidad de estar explícitamente vinculados cuando la distancia o las circunstancias nos impiden una interacción medible.

Y a esta dispacapacidad cultural, ahora, le hemos añadido un nuevo discurso: tocarse es peligroso.

 

Sin carne

Aun siendo una sociedad que venimos tocándonos poco, toda la evidencia de una relación está puesta en el hecho de tocarnos o no.

Cuando hablamos por teléfono o nos mensajeamos, la calidad de la conversación depende de lo presente o no que esté la memoria de nuestro vínculo físico. O del entusiasmo que genera un futuro contacto.

Quiero decir que si me llamas y no soy capaz de ponerte cuerpo, lo mismo me da que me hables tú o me hable Siri.

Y desprovistos del vínculo energético, por imposición cultural y aceptación personal, si no te toco, no puedo atribuirte un cuerpo.

Sin cuerpo, todo diálogo, toda relación, se vuelve instantáneamente autoreferenciada. El único cuerpo que existe es el mío. Convierto tu voz un eco de mi mente. La alzo, la bajo, la sesgo y la cambio según mis necesidades.

 

Sin carne ni espíritu ¿qué queda de nosotros?

Llegados aquí, podríamos vernos salvados por la vista. ¡Las vídeo-llamadas!

Pero no, pienso que no nos salvan. Años de televisión y pantallas, y de comentarios sobre lo ingenuo de quien se emociona con las experiencias de personajes inexistentes, nos han adiestrado a inanimar lo que vemos por estos medios.

De nuevo volvemos a lo de antes. Si no consigo hacer presente el vínculo físico o energético entre tu y yo, nada de lo que vea en mi pantalla durante nuestra vídeo-llamada o nuestro Zoom tendrá más impacto que mi relación con Siri.

 

Nosotros, sociedad, nos hemos sometido, de nuevo

Somos capaces de aprender de todo y todo tiene un sentido. No suelo dudar de ello.

Y por esto me pregunto qué sentido tiene este grado de sometimiento al que nos estamos entregando como sociedad.

Ridiculizas el vínculo energético, banalizas el vínculo visual y auditivo, y ahora quieres que sienta miedo del vínculo físico.

¿Para qué una sociedad querría individuos en este estado? ¿Para qué algunos indivíduos aceptan y justifican vivir en este estado?

 

Nosotros, cuerpos, seguimos ejerciendo la libertad

A veces podremos ir más allá de la imposición social y a veces no. Pero ser conscientes de que nos estamos sometiendo, del precio que estamos pagando por ello, será la única manera de dejar de hacerlo en cuanto podamos.

Agradezco infinitamente a quienes siguen haciendo evidentes nuestros vínculos energéticos y espirituales, embellecen nuestras relaciones poniendo cuerpo en cada conversación, siguen haciendo del tacto la tierra donde nos contamos lo que no podemos pronunciar.

A veces seremos unos, a veces otros. Ojalá cada vez más.

 

Tere Puig