exceso de tensión
Cuando el cuerpo genera un exceso de tensión en una zona tiene una razón para ello, aunque nosotros la desconozcamos
El organismo tiende al equilibrio, a la eficiencia. Pero es un equilibrio y una eficiencia que habitualmente maneja y tiene en cuenta elementos y circunstancias que se escapan a nuestra conciencia.
Si eliminamos la tensión que está sosteniendo este equilibrio estamos quitando un recurso al organismo y, además, lo devolvemos a una situación de desequilibrio. La nueva situación en que se encontrará el organismo es la de reencontrar el punto de equilibrio con un recurso menos.
Por ejemplo, cuando nos lesionamos un pie nuestro cuerpo escogerá otra zona corporal para asumir la función de sostén. Normalmente escogerá la que más recursos y potencial tenga. Podría ser que durante el periodo en el que el pie sigue inactivo nuestra rodilla esté sobrecargada, sentiremos un exceso de tensión. Es un exceso de tensión necesario para proteger el pie y seguir sosteniendo todo el cuerpo.
Si desde nuestros conocimientos intelectuales, siempre menores que los corporales por manejar menos datos, decidimos eliminar la tensión de la rodilla, el cuerpo se verá obligado a sostenerse desde otro lugar. Quizá desde la ingle o desde el hombro, por ejemplo. Y esta nueva solución tendrá un coste mayor para el organismo.
Tensiones innecesarias
¿Cuándo ese exceso de tensión en la rodilla dejaría de ser una ventaja?
A veces nos ocurre después de superar un desequilibrio circunstancial, como un accidente o una situación emocional, que nuestra mente no reconoce la nueva situación de equilibrio. Y el organismo sigue poniendo solución a un problema inexistente. Igual que desde el intelecto podemos descartar el uso de un recurso, también podemos forzar el uso de otro.
En este caso, cuando el pie ya está recuperado, el exceso de tensión en la rodilla es innecesario. Ya no se trata de una tensión asumida por la falta de acción de otra zona corporal, si no de una tensión que continua por inercia.
¿Puede aparecer un exceso de tensión que no esté vinculado a una lesión?
Por la imagen que tenemos de nosotros mismos otorgamos mayores capacidades y potenciales a unas zonas corporales que a otras. Y esto determina nuestra estrategia de movimiento. Cuanto más lejos esté la autoimagen de la realidad, más probabilidades de que la estrategia de movimiento ponga en riesgo al organismo.
Si creemos que nuestros brazos son muy fuertes y no lo son, insistiremos en hacer posturas en las que nuestros brazos nos sostengan. Incluso creeremos que nos sostienen. Pero si en realidad no están fuertes, el organismo no tendrá más remedio que sobrecargar los hombros, por ejemplo, o el pecho, o el abdomen. Esta actitud nos llevará poco a poco a una lesión de la zona que estoy sobrecargando y a un deterioro de la zona que no trabajo pensando que no lo necesita.
¿Cómo puedo detectar si un exceso de tensión es necesario o innecesario?
Por prueba y error. Suelo usar los momentos de relajación sobre el suelo para hacer estas exploraciones. Es la situación de máxima seguridad, el suelo sostiene el cuerpo completo. El mensaje es el de abandonar las tensiones con la tranquilidad de poderlas volver a tomar si sentimos que las necesitamos.
Cuando soltamos una tensión que es necesaria sin ofrecer una alternativa, sin ofrecer otra zona corporal que la recoja, solemos sentir incomodidad o vértigo. Si dejamos ir un exceso tensión innecesario, sostenido por hábito o por una autoimagen distorsionada que ya no necesitamos, solemos sentir liberación y alivio.
El manejo del exceso de tensión en la práctica de técnicas corporales
¿Cómo actuar cuando aparece una tensión en la ejecución de una postura o movimiento concretos?
Partiendo de la base que no toda tensión es despreciable, necesitamos averiguar cuál es su naturaleza antes de decidir que hacer con ella. Podremos eliminarla si concluimos que es un exceso de tensión innecesario. Pero veremos que en muchas ocasiones la aceptaremos como un precio adecuado y, otras, como una herramienta para orientarnos hacia una autoimagen más cercana a lo real.
La tensión como precio justo
Puede ser que una sobrecarga sea la única opción para sostener determinada postura que nos conviene realizar.
Si por ejemplo, realizo una postura en la que la cadera necesita sostener una tensión extra debido a una lesión en la rodilla, tengo que evaluar si esta postura me hace más bien que mal. ¿El beneficio que me aporta la postura es superior al daño que me causa la sobrecarga?
Si la respuesta es que sí, podemos asumir esa tensión como aliada. Y esta reflexión previa a la decisión de mantener la postura es esencial. Nos hará tener presente en todo momento el precio que estamos pagando por obtener este beneficio. Y esto, por un lado, nos hará estar atentos a la posibilidad de acceder a una postura distinta con un mejor equilibrio entre coste y ventaja. Y por otro lado, nos recordará que quizá después sea necesario aliviar de alguna forma la zona sobrecargada.
La tensión como brújula
Otra posibilidad es que nuestra autoimagen nos esté llevando a utilizar el cuerpo de una manera poco óptima.
Pongamos por caso que no reconocemos la capacidad de arraigo y sostén de nuestros pies. Esto nos llevará a no utilizarlos y nuestro cuerpo tomará otra solución. Por ejemplo, tensar los hombros para sostenernos desde arriba. Si en este caso nuestra solución es decirnos «afloja los hombros», lo más probable es que el organismo no use la fuerza de los pies para sostenerse. No es un recurso que tenga integrado, aunque esté disponible. Lo que probablemente hará es poner la tensión en otro lugar quizá más inadecuado, y quizá más difícil de identificar, que los hombros, como la garganta o la boca del estómago.
Aquí la tensión nos señala a dónde no tenemos que ir.
La estrategia sería «olvidarnos» de los hombros para atender nuestros pies. Empezaríamos reconociendo y ejerciendo su capacidad de arraigo. Al ir progresivamente ganando elasticidad y fuerza en estas zonas de sostén, el resto del cuerpo podrá dejar de asumir ese trabajo extra que no le toca. Es el mismo principio por el que que alguien sentado en el suelo endereza naturalmente su columna al sentarse sobre un mayor número de cojines. Mejorando el apoyo de isquiones y rodillas, su tronco deja de ejercer fuerza para sostenerse erguido. Del mismo modo, los hombros se aflojan naturalmente cuando los pies se apoyan y se relacionan de manera adecuada con el suelo.
Mi sugerencia es la de empezar siempre por revisar la zona más distante a la que muestra la tensión. Puede ser que detectamos que no es ahí donde falta el reconocimiento y uso. En ese caso, iremos revisando y rescatando otras zonas en dirección hacia la zona que manifiesta la tensión.
Recuperar el hábito de contextualizar
Es cierto que sería más cómodo si simplemente pudiéramos decir que la tensión es mala y que hay que eliminarla. O que es buena y que hay que conservarla. Pero la realidad es compleja e insistir en la aplicación de recetas de forma automática en la práctica corporal nos lleva a situaciones, como mínimo, extravagantes.
La tensión, como cualquier otra característica en nuestro organismo necesita ser evaluada en su contexto. Es algo más laborioso, pero sin duda más apasionante y provechoso.
Tere Puig
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