La experiencia del cuerpo
Entre el último tercio del siglo XIII y el primero del siglo XIV, el occidente medieval hizo una invención técnica aparentemente insignificante pero que ha tenido una enorme trascendencia en la historia de la humanidad: la invención del reloj mecánico.
Está claro que relojes, modos de medir el tiempo, ya existían antes de la Edad Media: los había de sol, de arena, de agua, o se determinaba el paso del tiempo mediante velas. La diferencia es que ninguno de estos procedimientos tenía un núcleo mecánico. Lo que alguien creó en ese momento es un artilugio que permitía mecanizar un reloj. Hasta entonces, la cultura occidental no había realizado ninguna aportación técnica relevante que pudiera compararse a las que habían hecho el mundo árabe o China, por ejemplo. Y sin embargo, esa invención será el motor de un cambio fundamental en la mentalidad humana.
Se trata de un mecanismo llamado “escape foliot”. Un escape es un dispositivo que permite regular el movimiento de una rueda dentada. El origen del mecanismo debe buscarse en los engranajes dentados de las ruedas de los molinos de viento o de agua que se extendían por toda la Europa medieval.

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Un escape foliot es un artilugio formado por un tallo vertical y un brazo horizontal puesto sobre el tallo en forma de T. Este brazo, que sostiene unos pesos en los extremos, es propiamente el foliot. El tallo tiene dos paletas orientadas entre sí en un ángulo de 90º. Estas paletas se insertan entre los dientes de la parte superior e inferior de una rueda dentada, la rueda de escape, que es movida por un peso. La rueda, en su movimiento, empuja alternativamente las dos paletas del tallo y ésta mueve el brazo horizontal o foliot. Las paletas, sin embargo, también frenan el movimiento de la rueda que, gracias a la forma y disposición de sus dientes, impulsa las paletas y mueve el foliot al mismo tiempo. La posición de los pesos en el extremo del foliot permite ajustar la velocidad del conjunto, retrasando o acelerando el movimiento.
El resultado es la creación de una inercia de movimiento que, una vez puesta en marcha, se convierte en continua y resulta automotriz: un movimiento alimenta al otro. El tic-tac característico del reloj mecánico se crea por este doble movimiento del tallo y los brazos y de la corona dentada. En este vídeo se puede apreciar cómo funciona el mecanismo.
La aparición del tiempo fragmentado
El reloj mecánico permite medir el tiempo de forma muy precisa, pero produce un efecto más sutil y más impactante en la conciencia humana: lo descompone en intervalos regulares, lo fracciona en intervalos muy pequeños, el tic y el tac; lo convierte en algo discontinuo.
La evolución y la generalización del reloj mecánico, que será lenta, larga pero imparable, lo que hace es crear una noción lineal y abstracta del tiempo. La percepción temporal dejará de ser cíclica y orgánica.
Porque el tiempo es, ante todo, una experiencia; es el flujo en el que los humanos vivimos; un flujo que no puede fragmentarse. Exactamente como el agua o la música.
La abstracción que se puede hacer de la música en un pentagrama, la descomposición de una melodía en notas, puede dar la falsa impresión de que la música es una suma de partes. En realidad, no es así: la música es un flujo que se percibe globalmente, a la vez. Las notas no son partes de la música: son notas aisladas. Con el tiempo ocurre lo mismo, pero estamos tan acostumbrados a identificar tiempo y reloj, tan acostumbrados a controlar el tiempo mediante horarios, calendarios, alarmas y agendas, que ya no nos damos cuenta de que el tiempo no es una entidad externa a nosotros, sino que es una experiencia interna, corporal.
Un cambio de conciencia
Con el reloj mecánico, el occidente medieval impulsó una innovación técnica pero también mental que debía transformar la conciencia humana. Gracias a este artilugio se puede dominar el tiempo y esto permite generar un modelo de sociedad basado en el tiempo numérico, cuantificado con precisión. He aquí una forma de empoderamiento mental y técnico de enormes consecuencias en la historia de la humanidad. El dominio del tiempo permite también el dominio del espacio y el dominio del tiempo y del espacio es poder; vaya, es el poder.
Los riesgos de la abstracción
El reloj mecánico introduce un instrumento de control del tiempo, que es una forma de control de la vida muy sutil pero que diría que es el origen de todos los demás controles mentales que aplicamos a nuestra vida. La hipertrofia que existe en todo lo mental en la sociedad moderna tiene mucho que ver con el poder que dan la abstracción y el control. Abstracción y control, sin embargo, son dos cosas radicalmente distintas —y me temo que opuestas— a la experiencia.
A partir de ahí, podemos preguntarnos cuántas cosas en nuestra vida se han convertido en abstracciones poderosas, que nos dan control, pero han dejado de ser experiencias que nos hacen sentir vivos y nos hacen crecer. ¿La salud? Es una abstracción en la medida en que cualquier síntoma anómalo se transforma en una potencial amenaza a controlar y eliminar. Es una experiencia en la medida en que todo síntoma es expresión de alguna realidad que existe en nosotros, que reclama nuestra atención. ¿El ejercicio físico? Abstracción, en la medida en que se ha convertido en una serie de retos a superar. Experiencia, en la medida en que es movimiento y expresión de lo que somos y de cómo somos. Y así tantos otros ámbitos de la vida cotidiana.
Es decir, vivimos en la abstracción en la medida en que nos separamos de la realidad, la aislamos de nosotros; vivimos en la experiencia en la medida en que nos percibimos vinculados a la realidad, dentro de la realidad.
Recuperar la experiencia del tiempo, recuperar la experiencia del cuerpo, sustraerse de la tiranía del control
La conciencia del cuerpo es la forma más efectiva de recuperar la experiencia del tiempo y, en definitiva, de recuperar la experiencia por encima de la abstracción; es la manera más efectiva, por tanto, de sustraerse de la tiranía del control que nos imponen o que nos autoimponemos. Volver a la percepción del cuerpo es cómo volver a casa: es volver a vivir dentro del flujo temporal, del flujo que es la vida.
Por cierto, la palabra “foliot” es un galicismo que significa duende, porque los brazos que se sostienen en el tallo vertical no paran nunca de moverse. Resulta, pues, que bajo la apariencia simpática e inofensiva del duende que va y viene, de un juego casi infantil, se escondía un arma poderosa de control. Con todo lo que todo esto tiene de positivo, pero también de negativo.
Albert Soler LLopart, profesor universitario de literatura catalana medieval
Foto de Jonathan Francisca en Unsplash
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